Violencia, acoso sexual y discriminación: la realidad de ser residente en Colombia
Por: Lauren Franco y Tatiana Bahamon
El suicidio de Catalina Gutiérrez, una joven residente de cirugía de la Universidad Javeriana, ha desatado una ola de indignación y denuncias sobre el maltrato que sufren los estudiantes de medicina y residentes en Colombia. Según la Asociación Nacional de Internos y Residentes (ANIR), el 70 % de los estudiantes de medicina han experimentado violencia psicológica, y el 42 % son víctimas de acoso sexual. Este caso no es un incidente aislado, sino que refleja una problemática generalizada en el ámbito de la formación médica.
Voces Francas documentó una serie de testimonios que evidencian la magnitud de esta situación, revelando un entorno de abuso y presión extrema que pone en riesgo la salud mental, emocional y física de los futuros médicos.
Un silencio cómplice en la FUCS
Frases como “¿Por qué no se suicida?” y “Espero ir al funeral de alguno hoy” son expresiones que, según se denuncia, acompañan la residencia en patología en la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud (FUCS).
Voces Francas tuvo acceso a testimonios sobre el trato que reciben algunos residentes de patología de la FUCS por parte de un docente. Según los relatos, comentarios como “¿No ha pensado en suicidarse?” o “Yo te pago si atropellas a alguno de tus compañeros y así nos dan el día libre” son comunes. A pesar de que la decanatura ha sido notificada sobre esta situación, no se ha dado una respuesta clara.
“Cuando comenzamos las clases, el profesor llega y nos cuenta a todos, y cuando ve que estamos completos dice: ‘Qué lamentable que todos estén completos, yo esperaba ir al funeral de alguno hoy'”, relata un testimonio anónimo que llegó a Voces Francas, la persona enfatiza que estas situaciones no son hechos aislados durante su residencia, sino una constante.
De acuerdo con Cindy Rodríguez, presidenta de la ANIR, la impunidad en las universidades para este tipo de situaciones es una constante, “y se suma la falta de rutas claras para que los estudiantes sepan qué hacer en estos casos. Además, del componente de poder que ejercen los docentes sobre los estudiantes que hace que ellos se cohíban de denunciar estos casos” añade.
El equipo periodístico de Voces Francas contactó al doctor Óscar Mora, decano de la Facultad de Medicina, y al docente Víctor Gutiérrez para obtener respuestas sobre estos casos. Sin embargo, al momento de la publicación no se obtuvo respuesta de ninguno de los dos.
Esta situación le ha generado muchos problemas emocionales, sumando al maltrato recibido por parte de sus docentes, la sobrecarga laboral, la falta de acompañamiento y el abandono total de la universidad en detener y cambiar estas conductas.
“Yo nunca había tenido la necesidad de tomar ansiolíticos ni consultar a un psiquiatra, pero se vuelve muy difícil manejar la ansiedad. Los profesores también te escriben a la hora que mejor les parezca, sea de noche o madrugada. Es como ir en contra todo el tiempo, y hablar es muy difícil cuando a la universidad no le importa”, concluyó.
La presidenta de la ANIR señala que aunque la violencia es común en todas las especialidades, los programas de cirugía, ortopedia y cirugía pediátrica experimentan los más altos niveles de acoso y violencia.
Formación médica en Colombia: Un relato de abuso y acoso sexual
Durante su rotación, Andrea*, una estudiante de Medicina de la Universidad de los Andes, fue testigo de cómo la violencia de los doctores hacia los estudiantes cruzaba límites inimaginables. Al llegar a la Clínica Materno Infantil, se encontró con tres obstetras que se convirtieron en “su peor pesadilla”.
“Una de ellas pinchó a cinco de mis compañeros con una aguja. Era una médica muy brusca y solía perder el temperamento con facilidad. Cuando asistíamos en cesáreas, ella nos apartaba la mano y nos daba instrucciones con una presión terrible. La aguja que utilizaba para suturar en las cesáreas la manipulaba tan bruscamente que terminaba pinchando a mis compañeros —según ella, por accidente—. Esto es sumamente peligroso porque nos expone a contraer VIH, hepatitis B u otras enfermedades”, relató Andrea.
Sin embargo, esta no fue la única situación preocupante que presenció durante su formación. Mientras rotaba en Profamilia, fue víctima de acoso sexual por parte de un doctor: “Yo estaba rotando allí y tenía que estar presente en todos los procesos de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Fue allí donde me encontré con este doctor. Él todo el tiempo me tocaba la pierna o el brazo y se acercaba mucho a mí”.
“Un día, cuando me estaba explicando cómo hacer el tacto vaginal, me agarró la mano de una manera horrible, usándola para simular el tacto con mis dedos y manos. Fue una situación terrible”, agregó.El acoso sexual del que fue víctima Andrea no es una situación aislada, pues de acuerdo con una encuesta realizada por la ANIR el 42 % de las estudiantes de medicina han experimentado este tipo de violencia de género. “Los doctores suelen justificar la violencia psicológica e incluso la física con un tema de exigencia porque así se forman los médicos, y claro, no tiene ninguna justificación. Pero los datos de acoso sexual son muy reveladores, porque los doctores no tienen ninguna excusa para ejercerla, es claro que es una violencia de género muy marcada” señala.
La situación se agravó un día cuando Andrea estaba asistiendo a un procedimiento y el doctor decidió atacarla por ella no saber responder una pregunta. “El doctor tomó las pinzas que tenía en la mano, que estaban contaminadas porque las acababa de usar en el procedimiento, y me salpicó en toda la cara y el uniforme”, recordó Andrea.
Al no soportar más la situación, Andrea presentó una queja en su Universidad, motivada por sus compañeras que también habían experimentado acoso por parte del mismo doctor. Aunque al principio no tuvo resultados, tiempo después se enteró de que el doctor había sido despedido de la institución.
La violencia de género que experimentó Andrea se suma a una ola de hechos que, según Cindy Rodríguez, viven las mujeres en el gremio. “En las entrevistas para las residencias preguntan ¿Qué haríamos si estuviéramos embarazadas? y es claro que no le preguntan lo mismo a los hombres. Eso se suma al acoso y violencia que experimentamos las mujeres en estos escenarios”.
“No pude ser neurocirujano por ser costeño”
Corría el año 2008 y Hugo*, un joven costeño, llegaba a Bogotá con una maleta llena de sueños con el objetivo de convertirse en el neurocirujano que siempre había deseado ser. Se graduó como médico en la Universidad Metropolitana de Barranquilla y trabajó durante tres años para ahorrar y pagar su primer semestre de posgrado.
Proveniente de Magangué (Bolívar) y de una familia de escasos recursos, todo lo que había conseguido hasta ese momento era fruto de un gran esfuerzo y motivo de orgullo para su familia. Sin embargo, en cuestión de segundos, sus sueños se desmoronaron.
“Terminaba mi rotación en neurología clínica y llegaba a la rotación de neurocirugía con una nota de 4,5 en mi clase anterior. El doctor, que era el director de aquella área, se sorprendió por mi nota y cuestionó al docente que me la había puesto. Me dijo que era una nota muy alta y que no la merecía”, relató Hugo.
Aunque su profesor lo defendió hasta el final, para el doctor de neurocirugía, esa nota era inverosímil. “En un momento me empezó a gritar frente a los estudiantes y dijo que era increíble que un costeño tuviera una nota tan alta”, añadió.
Allí comenzó para Hugo un camino de discriminación que nunca había imaginado. “Llegó un día en que tenía que asistir al doctor en una cirugía, y él se rehusó a que yo estuviera allí. Decía que él era el director, que o se salía él o me salía yo. Claramente, fui yo quien se tuvo que ir”, explicó.
La situación se agravó a tal punto que Hugo se vio obligado a retirarse de la residencia por recomendación de otros profesores. “Me ausenté durante un año, y cuando quise regresar, me dijeron que debía empezar de cero. Para mí, eso era imposible; ya estaba en mi tercer año, me quedaban solo dos, y además, no tenía más dinero, lo que había ahorrado se acabó. No podía empezar de cero”, lamentó.
Con el dolor de ver su sueño truncado, Hugo viajó a Putumayo y aceptó un trabajo que le ofrecieron. “Ahí comenzó mi tragedia. Por un error estuve preso y perdí tres años de mi vida, y aunque mi vida tomó nuevos rumbos después, las cosas no mejoraron; tuve atentados contra mi vida. Todo esto a raíz de esa situación, porque yo tenía otras aspiraciones en la vida, yo quería ser neurocirujano”, compartió Hugo.
“Todo por ser costeño, porque no pertenecía a la élite de los doctores, a la de los clubes de golf. Todo porque, para ellos, era imposible que un costeño de bajos recursos fuera neurocirujano”, concluyó con tristeza.
El burnout que afecta a estudiantes de odontología
El burnout, también conocido como el síndrome del trabajador quemado, es precisamente una de las respuestas a ese estrés crónico que se experimenta en el trabajo y que deja a su paso un profundo agotamiento emocional, no sentir orgullo o satisfacción de los logros personales e incluso conlleva a que las personas se sientan “desconectadas”.
Resulta preocupante que este síndrome tiene una especial prevalencia en profesiones que implican un alto nivel de interacción con otras personas como es el caso de los profesionales de la salud.
Entre ellos están los internos, residentes de medicina, pero un reciente estudio sobre burnout realizado por la Psicóloga Paula Alejandra Cruz Duarte, de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), revela que también lo padecen estudiantes de odontología y los indicadores de este síndrome incrementan en la medida en que los estudiantes avanzan en sus semestres académicos.
“Evaluamos 166 estudiantes y encontramos que el 46% de ellos tenía un nivel medio de burnout y un 54% tenía un nivel alto, es decir que un 0% tenía niveles bajos”, especifica la Psicóloga.
La Psicóloga refiere que a partir del séptimo semestre, alrededor del 45% de los estudiantes tenían niveles altos de burnout, mientras que en otros seis primeros semestres los niveles altos estaban presentes en menos del 20% por cada uno.
Detrás de estos datos, hay testimonios que comparten experiencias como el enfrentar altas cargas académicas, además de cargar con el estrés de hallar un equilibrio en las múltiples responsabilidades como las prácticas clínicas, en las que, además de cumplir con los requisitos académicos, deben buscar pacientes para desarrollarlas.
Y eso no es todo, también se evidencia que los antecedentes de salud mental y la cantidad de créditos inscritos en el semestre también influyen en que sientan agotamiento emocional, que tengan una percepción negativa de sus estudios y que su desempeño decaiga.