El rastro de una ausencia: 12 años sin Carolina Garzón
El 28 de abril de 2012 Stephany Carolina Garzón Ardila, una joven colombiana de 22 años, desapareció en extrañas condiciones en Quito, (Ecuador). Doce años después, su caso sigue lleno de incógnitas sin resolver y ha estado marcado por la negligencia de las autoridades de ambos países, lo que ha impedido dar el paradero de la joven. Su madre, hermana y familia, han seguido incansablemente el rastro de su ausencia en un país donde, cada dos días, una persona es desaparecida.
Por: Lauren Franco / Editora: Tatiana Bahamón
A pesar de los 4.402 días que han transcurrido desde la desaparición de su hija, Alix Ardila, la madre de Stephanie, no ha perdido la esperanza. Ella sostiene en su regazo una foto de su hija, la cual observa con cierta delicadeza y nostalgia, evocando aquellos momentos que ahora solo están en su memoria. “Esta foto dicen que fue tomada un día antes de su desaparición, es en la Ronda en Quito, un sitio parecido al Chorro de Quevedo”, dijo en entrevista con Voces Francas.
En la foto, Carolina luce sonriente, lleva una trenza que cuelga de su cabello corto y posa en medio de los turistas que transitan por las calles del centro histórico de Quito. Alix observa su retrato como si en él pudiera encontrar alguna respuesta o al menos una pequeña pista sobre la fecha exacta en que desaparece su hija.
“Yo no tengo ni siquiera certeza de la fecha en que desapareció mi hija. A nosotros nos llamaron sus amigos cinco días después a decirnos, con toda la
tranquilidad del mundo, que no nos preocupáramos, pero que Carolina no aparece desde el 28 de abril”, relata.
A pesar de que han pasado tantos años, la voz de Alix aún se corta cuando expresa aquellas palabras; para ella, la falta de respuestas se convierte en una doble condena.
Un viaje a la mitad del mundo
Carolina llegó a Ecuador por cuarta vez en el 2012; ella estaba tan enamorada de aquel país, que llegó a tal punto de querer convencer a su familia demudarse. En Quito se encontró con siete viejos amigos de viajes y alquilaron una casa en el barrio Paluco y fueron ellos precisamente las últimas personas en verla antes de desaparecer.
“Ellos dicen que vieron a Carolina con la toalla al hombro para entrar a bañarse y que no la ven salir más. Para mí, eso es solo una obra de teatro que se inventaron, no tiene sentido. ¿Mi hija se esfumó? ¿Se la llevó un extraterrestre?”, expresa Alix Ardila.
Para la abogada del caso, Catalina Raigosa, quien además es asesora legal de la fundación INREC, que sus compañeros de casa no hayan visto salir a Carolina resulta casi que imposible. “El baño es directamente visible a todos los cuartos y se supone que todos los compañeros estaban en una misma habitación, no hay forma de que no la hayan visto salir”.
Asegura, además, que sus compañeros de casa pusieron la denuncia en la fiscalía hasta el 2 de mayo de ese mismo año. Una denuncia que para ella llegó muy tarde a las autoridades, principalmente porque para esa fecha en Ecuador no existía conciencia sobre las desapariciones y las denuncias estaban cargada de estereotipos de género. Frases como “se fue con el novio” o “estará de fiesta”, eran comunes.
A la denuncia tardía se suma la poca diligencia de las autoridades, pues según cuenta la abogada, un día después de la denuncia la policía aún no comenzaba la búsqueda. “El límite de tiempo en una desaparición es crucial porque es la forma más oportuna de recolectar información, indicios, evidencias. Por eso, 12 años después no hay una línea investigativa clara”, puntualiza la experta.
***
Desde su niñez, Carolina avivó la pasión por el activismo y los Derechos Humanos. Siendo tan solo una adolescente, lideró marchas en su colegio ubicado en el barrio Venecia, en Bogotá, donde vivió y participó de la gran marcha de la Mesa Amplía Nacional Estudiantil (MANE); en esos espacios encontró un sentido de vida. Quizá fue un sentimiento heredado por su padre, un miembro activo del Partido Socialista de los Trabajadores; Carolina y su hermana, Lina, lo acompañaban a reuniones desde muy pequeñas y en su casa nunca faltaban las conversaciones sobre los problemas del país.
En el 2012, cuando viajó a al hogar de la “mitad del mundo”, estaba estudiando Licenciatura en Artes en la Universidad Distrital Francisco de Paula Santander en Bogotá. Allí asistiría al concierto de Calle 13, una de sus bandas favoritas, y dentro de su plan, luego seguiría coger rumbo hasta Brasil a una reunión de un movimiento estudiantil, aunque al final no se dio.
En Quito comenzó a vender artesanías y trufas que ella misma realizaba, se ubicaba principalmente en el centro de la ciudad donde además podía tener la oportunidad de acercarse a la cultura y explotar otra de sus pasiones, la fotografía. Y es que Carolina es multifacética, en Bogotá también se desempeñaba como periodista del periódico “El Macarenazoo”, allí escribía sobre los problemas de los estudiantes, de las comunidades indígenas y acompañaba marchas constantemente.
Su pasión por retratar otras realidades no se detuvo ni al estar a cientos de kilómetros lejos de Bogotá; sus artesanías y su cámara eran sus fieles acompañantes. Su muro de Facebook se convirtió con el tiempo en su periódico digital, donde a diario publicaba los retratos que tomaba. El 18 de abril del 2012 Carolina publicó sus últimas fotos.
El 2 de mayo del mismo año, Lina Garzón, su hermana, recibió la noticia de su desaparición. Para esa fecha tenía 19 años y al inicio no creía que fuera verdad, quería pensar que su hermana tal vez estaría en alguna fiesta y pronto aparecería, pero esa idea se desvaneció cuando Lina junto a su padre pisaron tierras ecuatorianas buscando respuestas, unas que a la fecha no han llegado.
Al llegar a Ecuador lo único que tenía la familia de Carolina era un testimonio fantasioso de sus compañeros que aseguraban que ella había desaparecido como por arte de magia. Nadie la vio, simplemente, se había esfumado.
***
Alba Ardila, tía de Carolina, aún siente un profundo pesar por haber permitido que su sobrina viajara sola aquel día. Aunque viajar sin compañía nunca fue un obstáculo para Carolina, descubrir el mundo era una de sus grandes pasiones. Sin embargo, con Ecuador desarrolló un amor particular, un amor que deseaba compartir con su familia. Por eso, antes de partir, le dijo a su tía que vivieran juntas esa aventura.
“Ella llegó alguna vez a casa y me dijo que un carro la venía siguiendo, yo le dije que me esperara, que no se fuera sola, (a Ecuador), pero ella quería llegar al concierto de uno de sus artistas favoritos, así que no podía esperar”. Su voz se entrecorta y por su rostro caen unas lágrimas al recordar las últimas palabras con su sobrina, esa que para ella es una hija más. “Este dolor es muy grande, yo todavía digo que, si quizás me hubiera ido con ella, jamás hubiera desaparecido”.
El 29 de abril del 2024, Alba expresó esas palabras durante un plantón frente al Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia en Bogotá, donde cada año sin falta, ella y las demás personas de su familia, se reúnen para exigir respuesta sobre el paradero de su sobrina.
Alba sostiene un cartel con la foto de Carolina y la frase “12 años desaparecida”. A simple vista, se puede ver que es el mismo cartel que usaron el primer año de su desaparición, al que con el tiempo le han ido agregando los números, esos que más que un conteo cronológico, se convirtieron en el máximo símbolo de la tormenta que vive la familia Garzón Ardila.
Hipótesis sin pruebas y testimonios sin sentido
De acuerdo con la abogada, dos compañeros de Carolina, ambos colombianos, fueron quienes pusieron la denuncia y rindieron declaratoria, pero en ambos testimonios había contradicciones e inconsistencias que a la fecha no han sido aclaradas “Decían que Carolina nunca salió del baño, que se fue al río o que incluso dejó una nota antes de salir. Pero para nosotros eso resulta cuestionable”.
Las dudas siguieron aumentando cuando la Fiscalía de Ecuador decidió asegurar que Carolina Garzón se había suicidado cuando fue a visitar el río Machángara que quedaba muy cerca a su casa. “La primera fiscal que tomó el caso fue quien encaminó esa línea de investigación, pero a la fecha no hay nada que nos diga que Carolina se suicidó” afirma Catalina Raigosa.
Las preguntas seguían creciendo: ¿Cómo era posible que Carolina desapareciera en el baño de su casa y apareciera en el río? Y aunque nada tenía sentido, una de las pruebas que la fiscalía sostiene para esa afirmación, es una conversación entre Carolina y su hermana Lina, que fue, de hecho, la última charla que sostuvieron.
“Nosotras desde niñas hemos tenido una conexión con la naturaleza y ella ya me había escrito que estaba algo bajoneada (triste). Yo como con la idea de entender que los elementos nos acercan, le dije que si miraba el cielo o las estrellas, podría verme y sentir que estábamos juntas. Ella me dice que hay un río cerca, que quizás iría a meditar con tranquilidad”.
“Lo que era una conversación entre dos jóvenes, no era para tomarse literal, pero la fiscalía decidió tomarlo como evidencia”, manifiesta Lina María.
La desaparición de Carolina se llenaba cada día de más incógnitas, y la fiscalía parecía saberlo. Para ese punto, decidieron afirmar que tal vez ella se había ahogado al ir a nadar al río. Para los familiares y abogados, esta hipótesis era descabellada, pues aunque el río Machángara es elmás grande que atraviesa Quito, es un cuerpo de agua altamente contaminado por los residuos domésticos y las aguas residuales, por lo cual, hace muchos años dejó de ser un espacio digno de nadar.
Pero algo era claro: si Carolina se hubiera ahogado en aquel río, su cuerpo debíó aparecer, pero no fue así. “Nosotros le exigimos a la fiscalía que investigara cuántos cuerpos habían encontrado en un periodo de tiempo de 2011 a 2013 en aquel río y hallaron 34, pero ninguno es el de mi hija, ¿Con todas esas pruebas contundentes y todavía siguen con la idea del ahogamiento?”. Incrédula, indignada y aún con rabia, Alix no logra entender cómo la fiscalía aún sostiene una hipótesis que como diría una frase popular “no tiene ni pies, ni cabeza”.
Su abogada, Catalina, coincide con ella. “El río termina en una rejilla, justo en el tramo donde se podía haber ahogado Carolina. En esa rejilla se quedan desechos y es imposible que un cuerpo la pudiera haber atravesado”.
Aunque la hipótesis, a todas luces, parecía ilógica ha sido sostenida por los 14 fiscales que han llevado el caso. A pesar de la cantidad increíble de fiscales que han llevado la investigación durante estos doce años, ninguno ha tenido un avance significativo. Para la abogada, la situación solo responde a la realidad de los desaparecidos en Ecuador.
“Lamentablemente la Unidad de Personas Desaparecidas en la Fiscalía se le ve como el lugar de castigo para los fiscales, a ninguno le gusta estar en la unidad de desaparecidos. Por eso, mucho de los fiscales no son especializados, reciben tantas denuncias y no tienen un curso previo ni conocimientos” dice.
Un saco plantado
Las muchas dudas que tenían sobre el caso, llevaron a la familia de Carolina a buscar respuestas por sus propios medios Con ayuda de un viejo amigo de la familia, sobrevolaron la zona aledaña al río Machángara, inspeccionando el lugar por cielo y tierra. Como parte de lo que hasta ese momento habían considerado una rutina, no encontraron nada.
Alix Ardila, recuerda que cinco días después la policía regresó al lugar y encuentró en una piedra cerca al río un saco que aseguraban era de Carolina “No era de ella, nunca le conocimos aquel saco, pero lo peor es ¿Cómo aparece ese saco ahí, si el lugar se recorrió y solo había una entrada y salida? todos debíamos pasar por ahí y no estaba esa prenda”.
En el saco, la policía encuentra una nota en una servilleta escrita por uno de sus amigos, Óscar Morales, una de las últimas personas que vio a Carolina. Las dudas crecieron cuando la familia se percata que aquella nota estaba intacta, a pesar de haber pasado varios días cerca al agua, no tenía ninguna señal de humedad “¿Cómo se conservó la servilleta sin que se le corriera al menos la tinta?”, pregunta Alba Ardila.
Para Catalina, la fiscalía nunca consideró otras líneas de investigación. A pesar de que la desaparición ocurrió en Ecuador, las abogadas del caso solicitaron a las entidades investigar una posible relación con el activismo social de Carolina y su desaparición, pero esto nunca pasó.
“Incluso en cuestiones más estructurales y sistemáticas como la trata de personas con fines de explotación sexual, cualquier hipótesis se tendría que trabajar porque ninguna persona se esfuma, es imposible que alguien se haga polvo y no haya ningún rastro de ella”.
Y aunque no hay pruebas que conduzcan a esa hipótesis, es una realidad de América Latina que no se puede negar. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) cerca de 2,5 millones de personas en la región son víctimas de trata de personas, de las cuáles el 80 % de las mujeres y niñas se ven forzadas a un tipo de explotación sexual.
"Buscan muertos, no desaparecidos"
“En el 2012 la desaparición no era un delito, tampoco teníamos una ley que cobijara a las víctimas, entonces cuando íbamos a poner la denuncia lo primero que nos decían los fiscales era: si no hay cuerpo, no hay delito. Buscaban muertos, no desaparecidos” expresa Lidia Rueda, presidenta de la Asociación de familiares y amigos de personas desaparecidas en Ecuador (ASFADEC), quien coincide con Catalina Raigosa, al afirmar que las autoridades en Ecuador se han negado a realizar un tratamiento adecuado a la búsqueda de personas desaparecidas en Ecuador.
La situación solo contradice uno de los principios rectores que establece las Naciones Unidas, donde se establece que la búsqueda de personas desaparecidas debe hacerse bajo la presunción de que la persona está viva, independiente de la circunstancia de la desaparición, de la fecha en que inicia la desaparición y del momento en que comienza la búsqueda.
Para ambas, la desaparición en el país está focalizada en las personas de bajos recursos, quienes, además, deben vivir la revictimización constante al enfrentarse a un sistema que no recibe las denuncias a tiempo. “Son familias que no pueden pagar un abogado para que esté ahí presionando al fiscal, por eso mucho de los casos pasan desapercibidos y en la impunidad” expresa Catalina Raigosa, la abogada del caso.
Un padre que buscó hasta el final
Cuando Walter Garzón, padre de Carolina, llegó a Ecuador notó que su hija no era la única persona desaparecida. La situación lejos de desanimarlo, lo alentó. Decidió plantarse cada semana, sin falta, frente al Palacio de Carondelet, allí con una foto de su hija exigía respuestas.
“La gente comenzó a verlo solitario y se empezaron a acercar a él para comentarle que también tenían una hija, una hermana o un familiar desaparecido. Allí él se dio cuenta que la problemática era muy grande y que debía hacer algo”, expresa Alix Ardila. El panorama motivó a Walter a crear ASFADEC y así visibilizar los casos de desaparición en Ecuador.
La presión de ASFADEC llevó a que en el 2019 la Asamblea Nacional aprobara la Ley Orgánica de Actuación en Casos de Personas Desaparecidas y Extraviadas, así como la tipificación de la desaparición involuntaria como delito. No fueron logros en vano, pues a la fecha, gracias a ello existen cifras oficiales de la desaparición, un panorama que ante todo es desalentador.
Para el 2023, de acuerdo con las cifras del Ministerio de Gobierno, Ecuador registró 730 personas desaparecidas siendo la provincia de Guayas seguida de Pichincha con el 26,3 % y el 15,3 % quienes registran el mayor número de casos. En el país de la mitad del mundo, cada dos días una persona desaparece.
La lucha de Walter tenía muchos objetivos, pero el más importante era encontrar a su hija, por desgracia, el 12 de septiembre de 2016 Walter fallece por una enfermedad que lo aquejaba hace algunos años. Walter parte de este mundo sin tener una mínima respuesta de lo que pasó con Carolina.
“Él tuvo que partir con el dolor más grande de este mundo, él le entregó sus días a la lucha, pero ya no podía más, ya estaba muy desgastado, muy dolido, sentía una impotencia por todo lo que pasaba”, recuerda Alix sobre la muerte del padre de sus hijas.
Un dolor que no cesa, una lucha que no para
El 27 de abril del 2012, fue la última conversación que Alix tuvo con su hija: “Ma, te quiero mucho”, le escribió Carolina. Desde ese entonces Alix lleva un nudosu garganta, uno que ha cargado durante 144 meses sin poder decirle a su hija, mirándola a los ojos: “yo también”.
Carolina nació el 2 de abril de 1990. Días después de responder esta entrevista, Alix asimilaba la dura realidad de celebrar otro cumpleaños sin su hija que a la fecha cumpliría 34 años. “Desde que nació fui la mujer más feliz. Fue un embarazo deseado y yo le hablaba todos los días en el vientre. Y cuando nació, verla crecer, apoyarla y ver como se convertía en una mujer libre con proyectos llenaba mi corazón”
De una forma que a lo mejor ningún libro logre explicar, Alix ha tomado fuerzas de donde parecía no haberlas, para seguir luchando cada día por encontrar a su hija. Su casa es una especie de oda a Carolina; en sus paredes se despliegan carteles de su búsqueda y en la puerta de su cuarto aún reposa su nombre. Alix no pierde la esperanza de hallarla a pesar de la incertidumbre, ella se aferra a aquella idea de volver a abrazar a su primogénita.
Un abrazo que le recuerde al primero que le dio aquella pequeña de cachetes blancos y cabello castaño, uno que le permita demostrar todo ese amor que guarda en su corazón de madre. Mientras eso sucede, lucha de manera incansable.
Para Lina, su hermana, las cosas tampoco han sido fáciles. Desde que desaparece su hermana perdió a su confidente, su mejor amiga, su ejemplo a seguir. “Es una relación de mucho amor. Yo recuerdo que Carolina para mí siempre fue un referente y eso hacía que nosotras tuviésemos un vínculo tan cercano”, recuerda Lina María quien con el tiempo y las pérdidas, ha encontrado la manera de hacer que el dolor ‘transmute’, pero que nunca se vaya, como expresa ella.
Sin ser ya la joven que recibió la noticia de la desaparición de su hermana, mira hacia atrás con algo de dolor, nombrando las consecuencias que dejó ese hecho en ella. Dejó el arte, amaba el teatro, pero entiende que era algo que compartía con su hermana y no tenerla físicamente hacía que practicarlo se volviera doloroso.
Lo cambió por el trabajo social como una forma de procesar el dolor y de intentar entender qué más hay detrás de la desaparición. Se dedicó a investigarla; su tesis de maestría trató justo sobre ello y fue a su vez un homenaje a su hermana. Con el tiempo entendió que el dolor nunca se va, por más de que lo intente, está ahí.
“Ahora me di cuenta que el dolor nunca se va y puede llegar de repente y hacer de las suyas. Ya no estoy en un momento de sobrevivencia donde tengo que hacer mil cosas porque la vida no puede parar, porque no te puedes hundir en el dolor. Ahora lo entiendo y le doy un tiempo al dolor”.
Mientras los días pasan, anhela contarle a su hermana que ha pasado en su vida durante tantos años; hablar de sus metas, sueños y expectativas que está segura ella, se alegrará de escuchar. Aunque es claro que esperará encontrarla, en este punto se conforma con cualquier respuesta.
“Ya no quiero más esta incertidumbre, es tan difícil exigirle al Estado que haga lo que tiene que hacer, ¡ya no quiero más eso, la verdad!, simplemente, cansa”.
A la espera de respuestas, se aferra a la idea de visualizar a su hermana en la playa, descansando en una casa frente al mar, mientras escucha una de sus canciones favoritas: “Mal bicho”.
Por su parte, Alix toca miles de puertas, escribe, graba videos, hace plantones, envía cientos de cartas a las autoridades para que no se olviden de buscar a su hija,trayendo a su memoria cada día el recuerdo de ella.
“Son las 24 horas del día en función de ella, preguntándose: ¿Qué le pasó? ¿En qué sitio se encontrará? Es una tortura día a día, no hay paz, no hay tranquilidad y cada día se agudiza más. Es un desgaste emocional, donde uno no sabe nada, está en el limbo y las autoridades incompetentes no hacen su trabajo como debe ser”.
Luego de tantos años, desea apoyo psicosocial que le ha sido negado, asume que hay secuelas en su vida. Por el momento, se aferra en contar los días, como una especie de plegaría para no olvidar que el tiempo, por tortuoso que sea, no se puede llevar a su hija.
Sigo soñando con reencontrarme contigo, volver a dialogar y me cuentes tus sueños, tus proyectos.
Te extraño, me haces falta en todos los momentos de mi vida.
Te amo Carolina, hija mía.
-Alix Ardila