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Entre gritos y humillaciones, el día más esperado de Melissa se transformó en una experiencia traumática. Con  lágrimas y peticiones ignoradas, vivió en carne propia la violencia obstétrica, una forma de maltrato que aún persiste en el sistema de salud colombiano.  Su experiencia expone la cruda realidad de un problema que afecta a miles de mujeres y personas gestantes, marcado por prácticas inhumanas, discriminación y una vulneración a sus derechos.

El suicidio de Catalina Gutiérrez, una joven residente de cirugía de la Universidad Javeriana, ha desatado una ola de indignación y denuncias sobre el maltrato que sufren los estudiantes de medicina y residentes en Colombia. Según la Asociación Nacional de Internos y Residentes (ANIR), el 70 % de los estudiantes de medicina han experimentado violencia psicológica, y el 42 % son víctimas de acoso sexual. Este caso no es un incidente aislado, sino que refleja una problemática generalizada en el ámbito de la formación médica.

Voces Francas documentó una serie de testimonios que evidencian la magnitud de esta situación, revelando un entorno de abuso y presión extrema que pone en riesgo la salud mental,  emocional y física de los futuros médicos

El 28 de abril de 2012 Stephany Carolina Garzón Ardila, una joven colombiana de 22 años, desapareció en extrañas condiciones en Quito, (Ecuador). Doce años después, su caso sigue lleno de incógnitas sin resolver y ha estado marcado por la negligencia de las autoridades de ambos países, lo que ha impedido dar el paradero de la joven. Su madre, hermana y familia, han seguido incansablemente el rastro de su ausencia en un país donde, cada dos días, una persona es desaparecida.  

Opinión

Hay una sensación que, en el fondo, está en todos los colombianos y colombianas: un vacío en el pecho que, por más que intentemos, no logramos llenar. Un dolor que se agudiza con el paso del tiempo pero que, con resignación, decidimos aceptar. Hablo de una sensación que nos dice que, por más cerca que estemos de la meta, al final, siempre perdemos.

Yury Muñoz tiene 55 años y lleva más de dos décadas luchando por los derechos de la comunidad trans. Ella ha enfrentado innumerables obstáculos en un entorno marcado por la discriminación, el estigma y el rechazo. En un país donde cada dos días asesinan a una persona de la comunidad LGBTQ+, ella se niega a permanecer en silencio.

Cuando tenía trece años Gin presenció como este crimen le arrebató a su mejor amiga. Las tardes de risas y helados, la confidencialidad y la rutina típica de dos amigas se vio transformada por la incertidumbre, el dolor y la impotencia ante la injustica. Nueve años después Gin encontró en el feminismo una forma de hacerle memoria a su amiga y gritar con fuerza ¡Ni una más

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